Tratando de explicarme a mí misma el porqué de algunas conductas desviadas y cómo es que problemas individuales se tornan colectivos, encontré un concepto sumamente interesante. Se trata de un concepto que ha ejercido gran influencia en la teoría sociológica contemporánea y que logra explicar de forma global las relaciones entre el individuo y el orden social.
El término anomia puede referirse a un desorden neuropsicológico caracterizado por la dificultad para recordar los nombres de las cosas, sin embargo en ciencias sociales, la anomia es la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad. Es un concepto sociológico, psicológico y ecológico explicativo y operativo de situaciones de hecho de la demanda del individuo y la oferta de la sociedad, dentro de un proceso de desarrollo o de adaptación. Su medición puede enfocarse como desviaciones normativas o actitudes personales.
Dicho de otra manera, espero más simple. la sociología considera que las conductas desviadas son el resultado de un conflicto entre las normas sociales imperantes y los roles asignados a los individuos. En general, la anomia surge como consecuencia de las discrepancias entre las necesidades de los individuos y los medios que ofrece la sociedad para resolverlos. Al respecto, Mario Bunge ofrece un artículo sumamente didáctico y explicativo, con el plus de que proporciona una relación matemática, de gran simpleza, que permite determinar a grandes rasgos el grado de anomia de un individuo. El mismo que comparto a continuación:
La anomia fue descrita y bautizada hace un siglo por Emile Durkheim, el gran sociólogo francés. Medio siglo después la explicó el no menos eminente sociólogo norteamericano Robert K. Merton. La explicó como resultado de la discrepancia entre las aspiraciones y los ideales, por una parte, y la realidad, por otra.
La noción cualitativa de anomia se puede cuantificar como el número total de aspiraciones dividido por el número de aspiraciones no realizadas. El grado de anomia de quien ha realizado todas sus aspiraciones es nulo, y el de quien no ha realizado ninguna de ellas es igual a la unidad. La enorme mayoría de las personas estamos entre ambos extremos. Para decirlo en pedantes, somos hemianómicos.
El individuo con un alto grado de anomia tiene cinco salidas conceptualmente posibles: retirarse del mundo, emigrar en busca de condiciones mejores, rebelarse, delinquir o suicidarse.
La primera salida estuvo de moda los primeros tiempos del cristianismo, antes de que éste llegase al poder. El cristiano primitivo, cuyas aspiraciones chocaban con las normas vigentes, podía retirarse a una ermita, a condición de que encontrara patrocinadores (o “esponsores”, como suele decirse ahora).
Más adelante se organizaron los monasterios y conventos de clausura. Desde el punto de vista sociológico, estas instituciones no son sino soluciones colectivas al problema de la anomia individual; juntos y organizados, los anómicos adoptan nuevas normas y se convierten en nómicos. Viven conforme a normas propias, diferentes de las que rigen en la sociedad que los tolera o mantiene.
La segunda solución al problema de la anomia, la emigración, se viene practicando desde que el hombre primitivo emigró de África, ya voluntariamente, ya perseguido. Por ejemplo, en estos momentos hay unos veinte millones de personas desplazadas de sus hogares por las guerras civiles y las persecuciones ideológicas.
La rebelión, la tercera salida en nuestra lista, es la más problemática. Si el individuo se limita a exhibir signos exteriores de disconformidad, tales como vestimentas y estilos capilares heterodoxos, y a rasguear una guitarra que no sabe tocar. En este caso la rebelión no es sino un acto de exhibicionismo tipo de adolescente angustiado y confuso.
La rebelión en serio no es individual sino colectiva. Ésta es difícil, porque exige organización. Y es arriesgada, porque involucra ataques organizados, ya pacíficos, ya violentos, contra los poderes constituidos.
El rebelde que defiende una causa junto con correligionarios es nómico en su grado, aunque sea anómico en la sociedad. Compensa su marginalidad social con su militancia. Esto explica la disciplina y abnegación de que es capaz. También explica la fidelidad de tantos militantes pese a las derrotas que sufre.
El rebelde organizado tiende a interpretar la persecución de que es objeto como victoria de su grupo y debilidad del poder. Piensa que si los golpean es porque hacen mella.
Por ejemplo, mientras yo estaba preso en los sótanos de la policía de la ciudad bonaerense de la Plata, un militante comunista nos convocó a todos, presos políticos y comunes, para explicarnos la situación. Nos dijo textualmente: “Compañeros, nuestra presencia aquí es prueba de la debilidad del gobierno peronista. Si fuera fuerte no temería nuestra presencia en la calle”. Yo comenté en voz alta: “¡Cómo deseo que el gobierno se fortalezca!”, mi ironía cayó en saco roto.
El rebelde organizado, lo mismo que el mártir cristiano y el terrorista integrista contemporáneo, no acepta la derrota. Mejor dicho, la interpreta como señal de la victoria final.
Este fenómeno fue objeto de la célebre monografía de Leo Festinger y colaboradores, “Cuando falla la profecía”, publicada en 1956. En ella mostraba cómo reaccionaron los fanáticos de una secta al ver que el fin del mundo, que habían estado profetizando no se había producido. Unos pensaron que su profeta había cometido un error de cálculo, y otros, que Dios había querido poner a prueba su fé. Ninguno admitió que la profecía había sido falsa.
Dejemos de lado el suicidio como una salida de la anomia, porque rehúye el problema en lugar de resolverlo. En cambio, la delincuencia si lo resuelve, aunque casi siempre momentáneamente. Por ejemplo, si estoy hambriento y no tengo dinero, robo comida y dinero para comprarla.
Si deseo poseer un televisor y no tengo modo honesto de procurarlo, lo robo. En suma, tanto las necesidades como los deseos insatisfechos pueden llevar a delinquir. Esta es una verdad de Perogrullo.
Pero esto no explica por qué hay muchísima más delincuencia en los EE. UU. Que en Europa occidental y, a su vez muchísima más en ésta que en la india, una nación tanto más pobre.
Hay dos explicaciones posibles de este hecho, y ellas son compatibles entre si. Una es la que provee la teoría del grupo de referencia. Según ésta, la gente no se subleva si alos demás miembros de su grupo les va igualmente mal; sólo se indigna cuando les va mucho peor que a los demás. O sea. El sentimiento de injusticia, que es un sentimiento social básico, es relativo al grupo.
La segunda explicación recurre al mito de la sociedad igualitaria. A los gringos se les hace creer desde niños que la sociedad norteamericana es una sociedad sin clase o, al menos, que la mayoría de la población pertenece a la llamada clase media, que incluye tanto al ejecutivo como al obrero manual. O sea, todo el mundo crece con la ilusión de igualdad social. Que ésta es una mera ilusión lo muestran las tablas de movilidad social, la hay, por cierto, horizontal, entre ocupaciones, pero no vertical, entre tipo de ingreso (renta, utilidad, sueldo, salario).
Cuando un norteamericano de clase baja llega al estado adulto y pretende vivir la vida de las familias que ven en la TV y no lo logra, le da envidia y rabia. Y la combinación de estos dos sentimientos con la impotencia predispone al delito.
Esto no ocurre en Europa Occidental, donde las diferencias de clase son más visibles, de modo que nadie se hace la ilusión de pertenecer a una clase superior a la propia. La confusión de clase es aún menos frecuente en la India. Donde los especialistas enumeran un puñado de castas y unas dos mis subcastas. Allí todo cual sabe exactamente a qué casta y subcasta pertenece, de modo que nadie se hace ilusiones. Allí, quien trabaja el cuero no aspira a vender zapatos, y quien los vende no aspira ser banquero. A lo sumo, aspira a prosperar dentro de su casta.
Ahora bien, donde no hay aspiración social mal puede haber discrepancia entre aspiraciones y realidad. En resumen, en una sociedad de castas la anomia es mínima. Por esto, también es baja la tasa de delincuencia en la India. Pero este precio es excesivo.
Una sociedad rica y democrática no tiene por qué pagar el enorme precio que paga la India por su baja tasa de violencia. Una sociedad rica y democrática puede tocar la raíz de la violencia, que es la anomia, Puede hacerlo de varios modos.
En primer lugar, puede rectificar las grandes desigualdades de la riqueza. Segundo, puede motivar a la gente a asociarse con individuos de aspiraciones similares, para lograr una acción concertada, lo que no puede lograr la persona aislada. Tercero, puede inspirar ideales de solidaridad, de servicio, de bien público, de futuro común mejor.
También me pareció importante añadir este comentario de Bunge sobre la anomia ( tomado de otro artículo)
Finalmente, sugiero que la anomia es un indicador fidedigno del grado en que una sociedad se aparta de la sociedad que sueña cada cual. La anomia que siente un individuo puede definirse como la discrepancia entre sus aspiraciones A y sus realizaciones R:
a = │A \ R │
Entiendo por sociedad ideal la que es justa y sostenible, por proteger los derechos básicos y los deberes concomitantes, por estimular el progreso en la calidad de vida, gobernarse a sí misma y ser cohesiva. Dicho en forma negativa: en una sociedad ideal no hay privilegio injustificado, explotación, opresión, discriminación sexual o étnica, censura ideológica ni estancamiento.
Por Mario Bunge
El término anomia puede referirse a un desorden neuropsicológico caracterizado por la dificultad para recordar los nombres de las cosas, sin embargo en ciencias sociales, la anomia es la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad. Es un concepto sociológico, psicológico y ecológico explicativo y operativo de situaciones de hecho de la demanda del individuo y la oferta de la sociedad, dentro de un proceso de desarrollo o de adaptación. Su medición puede enfocarse como desviaciones normativas o actitudes personales.
Dicho de otra manera, espero más simple. la sociología considera que las conductas desviadas son el resultado de un conflicto entre las normas sociales imperantes y los roles asignados a los individuos. En general, la anomia surge como consecuencia de las discrepancias entre las necesidades de los individuos y los medios que ofrece la sociedad para resolverlos. Al respecto, Mario Bunge ofrece un artículo sumamente didáctico y explicativo, con el plus de que proporciona una relación matemática, de gran simpleza, que permite determinar a grandes rasgos el grado de anomia de un individuo. El mismo que comparto a continuación:
La anomia fue descrita y bautizada hace un siglo por Emile Durkheim, el gran sociólogo francés. Medio siglo después la explicó el no menos eminente sociólogo norteamericano Robert K. Merton. La explicó como resultado de la discrepancia entre las aspiraciones y los ideales, por una parte, y la realidad, por otra.
La noción cualitativa de anomia se puede cuantificar como el número total de aspiraciones dividido por el número de aspiraciones no realizadas. El grado de anomia de quien ha realizado todas sus aspiraciones es nulo, y el de quien no ha realizado ninguna de ellas es igual a la unidad. La enorme mayoría de las personas estamos entre ambos extremos. Para decirlo en pedantes, somos hemianómicos.
El individuo con un alto grado de anomia tiene cinco salidas conceptualmente posibles: retirarse del mundo, emigrar en busca de condiciones mejores, rebelarse, delinquir o suicidarse.
La primera salida estuvo de moda los primeros tiempos del cristianismo, antes de que éste llegase al poder. El cristiano primitivo, cuyas aspiraciones chocaban con las normas vigentes, podía retirarse a una ermita, a condición de que encontrara patrocinadores (o “esponsores”, como suele decirse ahora).
Más adelante se organizaron los monasterios y conventos de clausura. Desde el punto de vista sociológico, estas instituciones no son sino soluciones colectivas al problema de la anomia individual; juntos y organizados, los anómicos adoptan nuevas normas y se convierten en nómicos. Viven conforme a normas propias, diferentes de las que rigen en la sociedad que los tolera o mantiene.
La segunda solución al problema de la anomia, la emigración, se viene practicando desde que el hombre primitivo emigró de África, ya voluntariamente, ya perseguido. Por ejemplo, en estos momentos hay unos veinte millones de personas desplazadas de sus hogares por las guerras civiles y las persecuciones ideológicas.
La rebelión, la tercera salida en nuestra lista, es la más problemática. Si el individuo se limita a exhibir signos exteriores de disconformidad, tales como vestimentas y estilos capilares heterodoxos, y a rasguear una guitarra que no sabe tocar. En este caso la rebelión no es sino un acto de exhibicionismo tipo de adolescente angustiado y confuso.
La rebelión en serio no es individual sino colectiva. Ésta es difícil, porque exige organización. Y es arriesgada, porque involucra ataques organizados, ya pacíficos, ya violentos, contra los poderes constituidos.
El rebelde que defiende una causa junto con correligionarios es nómico en su grado, aunque sea anómico en la sociedad. Compensa su marginalidad social con su militancia. Esto explica la disciplina y abnegación de que es capaz. También explica la fidelidad de tantos militantes pese a las derrotas que sufre.
El rebelde organizado tiende a interpretar la persecución de que es objeto como victoria de su grupo y debilidad del poder. Piensa que si los golpean es porque hacen mella.
Por ejemplo, mientras yo estaba preso en los sótanos de la policía de la ciudad bonaerense de la Plata, un militante comunista nos convocó a todos, presos políticos y comunes, para explicarnos la situación. Nos dijo textualmente: “Compañeros, nuestra presencia aquí es prueba de la debilidad del gobierno peronista. Si fuera fuerte no temería nuestra presencia en la calle”. Yo comenté en voz alta: “¡Cómo deseo que el gobierno se fortalezca!”, mi ironía cayó en saco roto.
El rebelde organizado, lo mismo que el mártir cristiano y el terrorista integrista contemporáneo, no acepta la derrota. Mejor dicho, la interpreta como señal de la victoria final.
Este fenómeno fue objeto de la célebre monografía de Leo Festinger y colaboradores, “Cuando falla la profecía”, publicada en 1956. En ella mostraba cómo reaccionaron los fanáticos de una secta al ver que el fin del mundo, que habían estado profetizando no se había producido. Unos pensaron que su profeta había cometido un error de cálculo, y otros, que Dios había querido poner a prueba su fé. Ninguno admitió que la profecía había sido falsa.
Dejemos de lado el suicidio como una salida de la anomia, porque rehúye el problema en lugar de resolverlo. En cambio, la delincuencia si lo resuelve, aunque casi siempre momentáneamente. Por ejemplo, si estoy hambriento y no tengo dinero, robo comida y dinero para comprarla.
Si deseo poseer un televisor y no tengo modo honesto de procurarlo, lo robo. En suma, tanto las necesidades como los deseos insatisfechos pueden llevar a delinquir. Esta es una verdad de Perogrullo.
Pero esto no explica por qué hay muchísima más delincuencia en los EE. UU. Que en Europa occidental y, a su vez muchísima más en ésta que en la india, una nación tanto más pobre.
Hay dos explicaciones posibles de este hecho, y ellas son compatibles entre si. Una es la que provee la teoría del grupo de referencia. Según ésta, la gente no se subleva si alos demás miembros de su grupo les va igualmente mal; sólo se indigna cuando les va mucho peor que a los demás. O sea. El sentimiento de injusticia, que es un sentimiento social básico, es relativo al grupo.
La segunda explicación recurre al mito de la sociedad igualitaria. A los gringos se les hace creer desde niños que la sociedad norteamericana es una sociedad sin clase o, al menos, que la mayoría de la población pertenece a la llamada clase media, que incluye tanto al ejecutivo como al obrero manual. O sea, todo el mundo crece con la ilusión de igualdad social. Que ésta es una mera ilusión lo muestran las tablas de movilidad social, la hay, por cierto, horizontal, entre ocupaciones, pero no vertical, entre tipo de ingreso (renta, utilidad, sueldo, salario).
Cuando un norteamericano de clase baja llega al estado adulto y pretende vivir la vida de las familias que ven en la TV y no lo logra, le da envidia y rabia. Y la combinación de estos dos sentimientos con la impotencia predispone al delito.
Esto no ocurre en Europa Occidental, donde las diferencias de clase son más visibles, de modo que nadie se hace la ilusión de pertenecer a una clase superior a la propia. La confusión de clase es aún menos frecuente en la India. Donde los especialistas enumeran un puñado de castas y unas dos mis subcastas. Allí todo cual sabe exactamente a qué casta y subcasta pertenece, de modo que nadie se hace ilusiones. Allí, quien trabaja el cuero no aspira a vender zapatos, y quien los vende no aspira ser banquero. A lo sumo, aspira a prosperar dentro de su casta.
Ahora bien, donde no hay aspiración social mal puede haber discrepancia entre aspiraciones y realidad. En resumen, en una sociedad de castas la anomia es mínima. Por esto, también es baja la tasa de delincuencia en la India. Pero este precio es excesivo.
Una sociedad rica y democrática no tiene por qué pagar el enorme precio que paga la India por su baja tasa de violencia. Una sociedad rica y democrática puede tocar la raíz de la violencia, que es la anomia, Puede hacerlo de varios modos.
En primer lugar, puede rectificar las grandes desigualdades de la riqueza. Segundo, puede motivar a la gente a asociarse con individuos de aspiraciones similares, para lograr una acción concertada, lo que no puede lograr la persona aislada. Tercero, puede inspirar ideales de solidaridad, de servicio, de bien público, de futuro común mejor.
También me pareció importante añadir este comentario de Bunge sobre la anomia ( tomado de otro artículo)
Finalmente, sugiero que la anomia es un indicador fidedigno del grado en que una sociedad se aparta de la sociedad que sueña cada cual. La anomia que siente un individuo puede definirse como la discrepancia entre sus aspiraciones A y sus realizaciones R:
a = │A \ R │
Entiendo por sociedad ideal la que es justa y sostenible, por proteger los derechos básicos y los deberes concomitantes, por estimular el progreso en la calidad de vida, gobernarse a sí misma y ser cohesiva. Dicho en forma negativa: en una sociedad ideal no hay privilegio injustificado, explotación, opresión, discriminación sexual o étnica, censura ideológica ni estancamiento.
Por Mario Bunge